Pamela Scheinman, Profesora Adjunta
Dept. of Art & Design
Montclair State University
Aunque
abunda la representación de indumentaria prehispánica en el registro
arqueológico-histórico (escultura, pintura y crónica), hay escasa investigación
sobre el atuendo contemporáneo llamado
“azteca,” “mexica” o “chichimeca.” La Danza Azteca aparece más
extravagante y teatral cada día en las plazas y fiestas del D.F. Mi ponencia
mostrará la variedad floreciente que consta un imaginario popular o tradición
inventada.
Las
hermandades se manejan bajo una disciplina militar, mientras la danza sigue siendo
una ofrenda religiosa y una diversión. Esta tensión existía en la misma sociedad
azteca, estrictamente controlada y jerárquica. Hoy, cuando el albañil,
estudiante o ama de casa cambia su ropa, asume una identificación lineal con
los ancestros y familiares.
Los
elementos básicos quedan lo mismo: taparrabo, túnica, manta, huipil, nagua y
quechquémitl, más una(s) faja(s). Entre los aztecas el estatus del individuo
era visible según la fibra, el color, la decoración y el uso de accesorios
(tocado, pectoral, inserción labial, orejeras o/y sandalias). Así el guerrero
reconocía su enemigo. Los sacerdotes y cautivos imitaban a los dioses, conforme
con una iconografía precisa. Aumentaron el impacto con papel, oro y pintura
corporal.
El danzante actual valora lo auténtico,
mientras busca como lucirse. Invierte su tiempo, dinero e ingenio, según su
capacidad, en plumas exóticas, pieles de animales (o peluches) y chaquiras
coloreadas. También se podría llamar “moda” la incorporación de influencias tan diversas
como las tribus indígenas norteamericanas y la película Apocalypto de Mel Gibson. Con la gama de grecas y diseños
tradicionales (cosmográficos o simbólicos) resulta un nuevo sincretismo.
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